La toponimia urbana es un ordenamiento del espacio público imprescindible para transitar la Ciudad. Sin embargo, no es un hecho administrativo neutro de la materialidad de las calles, ya que nominar un espacio puede habilitar el homenaje-conmemoración permanente de la historia, de manera cotidiana. 

El pasado crea identidades y memorias urbanas, con presencias y ausencias. La ciudad, las calles, el barrio, las identidades… son instancias dinámicas, que habrían de dar cuenta de una participación democrática, comprometida y plural de la ciudadanía.
Si bien el estado municipal establece el trámite administrativo para la nomenclatura urbana (Ordenanza 9.695), la comunidad tiene derecho y obligación de visibilizar aquel pasado que elige perpetuar, proponiendo nombres que hayan contribuido al desarrollo de la comunidad, fechas-hechos y lugares emblemáticos, entre otros hitos.

En consonancia, el punto f de la Ordenanza 11.846, explicita: “Promoverá la participación y el consenso de los vecinos en torno a la elección de nombres, mediante los mecanismos que considere pertinentes, siempre sujetos al ejercicio de la democracia participativa; a fin de preservar la identidad y el contexto cultural sobre el que se actúe, sobre todo en los casos en que se susciten polémicas o controversias”